lunes, 29 de junio de 2015

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Nunca me había reido tanto escribiendo sobre algo



lunes, 22 de junio de 2015

SACUDE

Sacude la cabeza. Sacude las ideas. Sacude los brazos, las piernas y hasta el bazo. Sacúdete de arriba abajo. Sacude la pereza. Sacude la excusa. Sacude tu convicción. Como si acabaras de llegar a este mundo y sólo supieras sacudirte sin traición. Sacude la monotonía, sacude la desilusión. Sacude bien fuerte, que te llegue al corazón. Sacude el "no puedo". Sacude el "soy el mejor". Sacude cada duelo, para brindarte amor. Como si acabaras de llegar a este mundo y sólo supieras sacudirte con pasión. Sacude el atasco. Sacude el tropezón. Sacude todo el asco anda, no seas cabezón. Sacude el odio, mételo en vereda. Sacude la intuición, haz que pueda. Sacude la lágrima. Sacude la desazón. Sacude el chispazo, idiota sin razón. Como si acabaras de llegar a este mundo y sólo supieras sacudirte sin pretensión. Sacude el futuro, ese de la extinción. Sacude el pasado, ese del ahogo. Sacude el ser. Sacude el no ser. Sacude el culo, llévalo de excursión. Sacude la rebeldía, llévale al desahogo. Sacude el norte. Sacude el sur. Sacude el este y sacude el oeste. Como si acabaras de llegar a este mundo y sólo supieras sacudirte sin orientación. Sacude la ayuda, no dejes que huya. Sacude la mirada, y harás que fluya. Sacude el control. Sacude cada botón. Sacúdete pedazo de gilipollas, que te pierdes en el montón.




martes, 2 de junio de 2015

TIERRA DE GILIPOLLAS

Había una vez un gilipollas que no sabía que lo era. Solía ser gilipollas la mayor parte del tiempo pero, como todos, a veces gozaba de horas de lucidez en los que su parte más bella afloraba y callaba de un puntapié las estupideces de su versión más habitual y fea. La lucidez era preciosa a la par que peligrosa pues ya se sabe, que poder mirar implica el riesgo de terminar viendo. No obstante el riesgo en él era ínfimo, pues era muy gilipollas. Ser gilipollas implica mucho más de lo que uno a priori pudiera imaginarse. No basta sólo con serlo, además hay que no reconocerlo. Quizás esta sea la máxima del gilipollas: la borrachera de vanidad. Dicha suprema expresión de soberbia es la bandera de todo gilipollas que se precie. Y nuestro genio gilipollas gozaba de bandera, borrachera y poca lucidez. Lo curioso de este gilipollas era que, a pesar de no saber que lo era y por tanto estar tremendamente lejos de reconocerlo, en ocasiones sentía una punzada en la boca del estómago. "Algo de lo que he comido me ha sentado mal", decía. Qué gilipollas, creerse que lo que le sentaba mal era la comida. Otras, sin embargo, le dolía la cabeza. Como si un ejército de reproches se preparara para el mayor de los ataques a un ego insistente. "La gente me pone dolor de cabeza", decía. Qué gilipollas, creerse que los pensamientos de los demás era lo que le sentaba mal. Era curioso, pues normalmente el gilipollas medio, ni enferma, ni tiene síntomas de nada pues es indestructible. Los he conocido hasta inmortales (menuda sorpresa les espera). Y éste era uno de ellos. Aunque en los últimos meses, estaba siendo un poco diferente. Tan gilipollas como el que más pero también tan humano como el que más con insistentes brotes de lucidez. Curiosa combinación de posibilidades que le hacen a uno entender relativamente fácil el conflicto entre una situación y su opuesta. Un gilipollas muy poco gilipollas. O un humano con brotes de gilipollas si se prefiere, por aquello de fingir optimismo y ver el vaso medio lleno de humanidad en lugar de gilipollismo. Los síntomas físicos habían aumentado de manera alarmante en este último tiempo y muy a su pesar, nuestro gilipollas comenzó a preocuparse. Con esto quiero decir, que comenzó a pensar en los síntomas en lugar de rebotarlos. En realidad, lo que debería haber hecho, era comenzar a ocuparse...porque anda que no despista el "pre". Pero como os vengo diciendo, era muy gilipollas, lo cual convertía la pelea no sólo en molinos de viento a modo de gigantes, si no en fantasmas vestidos de molinos de viento a modo de fantasmas de gigantes. Esto acojona hasta al más convencido de los gilipollas, la verdad. Yo mismo, en tiempos de extrema gilipollez los vi, y eran francamente temibles. Pues bien, ahí estaba el gilipollas. Sin conciencia de serlo pero con trazas de sentirlo. Dispuesto a hacer algo y sin saber muy bien el qué. 
Había una vez un gilipollas que no sabía que lo era. Solía ser gilipollas la mayor parte del tiempo pero, como todos, a veces gozaba de horas de lucidez en los que su parte más bella afloraba y callaba de un puntapié las estupideces de su versión más habitual y fea. Y todas las pescadillas de la tierra, se reían de él.