Tenía
sueño. Un sueño terrible, un sueño tronador, sueño en pleno
clamor. Tenía sueño desde que despertó aquella mañana, se diría
incluso que desde que pensó en despertarse. Los párpados le pesaban
toneladas, sus pupilas suplicaban descanso, sus piernas anhelaban
parar. Tenía sueño. Un sueño curioso, un sueño incesante, un
sueño espantoso. Como de alguien que no ha conseguido dormir para
llevar a cabo el día. Como de alguien que sueña con volver a soñar.
Se
sentó en un precioso banco de un agradable jardín de una magnífica
ciudad en la que vivía su monótona vida. Se sentó a leer, o eso se
dijo excusando el querer descansar. Abrió el libro sin prestar
demasiada atención a la página por la que lo hacía. De entre las
páginas, un trozo de papel se deslizó hasta sus piernas. Miró con
atención el papel que, doblado, parecía guardar el más importante
de los secretos. Acercó su mano derecha a él. No recordaba haberlo
colocado ahí. Tenía sueño, mucho sueño, pero en ese instante
ganaba la curiosidad; ganaba el sueño de saber. Súbitamente, sus
piernas comenzaron a temblar. Era raro, pues no se sentía nervioso.
El temblor hizo caer el papel al suelo, en medio de un charco. Tenía
sueño, y no entendía por qué le temblaban tanto las piernas, pero
se agachó a por él. Estaba empapado y trató de abrirlo sin
romperlo. A través del papel mojado se adivinaban unas tímidas
letras que parecían querer seguir guardando el dichoso secreto.
Tenía sueño, le temblaban las piernas, y empezaba a hacerse tarde.
Desdobló parte y alcanzó a leer una exclamación y una 'd'. El
corazón le dio un brinco cuando leyó lo siguiente. '¡Despierta!',
rezaba el papel. De golpe, abrió los ojos. Estaba en su casa. Estaba
en su cama. Empapado en sudor, con sus piernas temblando, con el
sueño inquieto. Tenía sueño, mucho sueño.
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