No tiene sentido. Quizás no tenga que
tenerlo. Ni lo tiene, ni se lo intuyo ni se lo huelo. Vivir tan cerca del miedo
que la supervivencia te haga olvidarte de ti. Cagarte en todo hasta hartarte
pero fingir estar bien. O quizás no fingir y sencillamente quejarte. Pero de
todo. Como si la culpa fuera del mundo que te invade en lugar de ser tú quien
invade el mundo desde un punto caotizado. La reflexión del miedo te dará la
razón. Ellos son los culpables. Esas miradas. Esas frases. Esas invasiones.
Ellos. Mucho más fuertes que destellos. Mucho menos fuertes de lo que crees.
Sólo tienen la fuerza que les das. Quizás sea porque te viene mejor otorgarles
poder para ocultar tu miedo a intentar vivir distinto y no poder. Neuróticos de
mierda todos. Qué sin sentido. Quizás no tenga que tenerlo. La realidad va muy
rápida. Tanto que prácticamente no existe. Y sin realidad somos inexistentes.
Quizás por eso nos empeñemos en crear una y la defendamos con excesiva energía
y la luchemos con fervor ególatra y
miedoso. No tiene sentido. Sería muy obsceno creer tener razón en un mundo que
en realidad es sueño y no existe. Qué endiosados. Tan endiosados como
acojonados por no ser queridos y dejar de existir. Todos queremos un sitio en
algún lugar. Aunque sea en el desierto. Un sitio para pasar el rato este de
vivir, que ahora mismo se me antoja corto. No da casi tiempo a despertar. Como
diría Chaplin, todos somos debutantes. Quién se cree saber más. Idiotas de
felicidad no consciente. Brujos de felicidad inconsciente. Aquí. Ahora. Con la
trascendencia de la nada del después. Enanos de mierda todos. Irreflexivos.
¿Cuánta gente se morirá sin haberle dado si quiera un suspiro de importancia a
haber llegado a respirar? Cuanta irreflexión provoca cuántos conflictos…Cuánto
conflicto personal no resuelto trasnformado en problema social, en crítica al
prójimo. Mentiras a borbotones. Mentiras a montones. Porque la verdad es algo
más que creer tener razón. La verdad es tan mentira como la realidad. Que juega
a asomarse como si no temiera desgarrarse. De verdad. Necesitamos un consumo
responsable de verdad y autosuficiencia. Una crítica inesperada y constructiva.
Esta vez hacia dentro. Yo qué sé. No tiene sentido. Quizás no tenga que
tenerlo. Pero honestidad. De la honesta. De la que se queda uno sin tener que mostrar estar teniéndola.
Honestidad a nuestra condición de humano. A nuestra finitud de finito. A
nuestra actitud de despierto. Quizás así, empiece a tener sentido.
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