martes, 4 de noviembre de 2014

AMAINA

Amaina cuando el viento baja y la lluvia se vuelve tímida. Amaina cuando alguien mira y además te mira. Amaina cuando se sonríe con destreza a lo nacido en rareza. Amaina cuando el recuerdo de una infancia se vuelve perdón, cuando el adulto es el padre del niño y no al revés. Amaina cuando se ordena uno, primero mal, luego torpe, después cerebral, al final de rebote. Amaina cuando te cantan palabras bonitas, cuando te escriben sonidos de nana, y cuando te cantan sonidos nada bonitos. Amaina cuando el doler  puede ocupar su lugar sin por ello ocuparlo todo. Amaina cuando el sentido del humor pasa de salvarte la vida a intensificar la felicidad, cuando mirar hacia delante es algo más que fantasmagórica realidad. Amaina cuando la sonrisa llega al alma, cuando la seguridad construye pilares, cuando la certeza se deja de lado y se va a otros lares. Amaina cuando te escuchas. Cuando te permites. Cuanto te dejas amainar. Amaina cuando la culpa, ya ocupa otro lugar, cuando la deuda es nula, cuando ya estás agotado como una mula. Amaina cuando decides amainar. Amaina cuando veinte años atrás ya no pesan, cuando cien años adelante sólo cesan. Amaina cuando el perdón es algo más que sólo un sonido que retumba desde la cuna, cuando revisas tu crecimiento, cuando te calmas con la luna. Amaina, cuando Freud dice: hola, cuando Hitler dice: adiós. Cuando Chaplin dice: adelante, cuando Allen dice: ¡por dios!. Amaina cuando Frida dice: puedes, cuando Buda dice: suéltalo. Cuando Arquímedes dice: eureka. Cuando tú te dices: amor


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