martes, 18 de noviembre de 2014

LA ASUSTADORA DE Z(C)EBRAS

Aiko tenía 32 años. Era morena, cosa que odiaba, pero detestaba aún más los tintes. Se dedicaba a la cría de zebras sin rayas, profesión que había ido aprendiendo de su abuelo. Su padre había muerto siendo ella muy joven y aunque solía pensar que no sentía dolor por su ausencia, a veces, un sarpullido en forma de flor le asomaba en el pecho, como cerca del corazón. Tenía un hermano rubio y ella le odiaba por eso. Sobre  todo porque era la única excusa que había podido encontrar para hacerlo. Lo cierto es que lo admiraba. Era buena persona y algo torpe con las palabras; pero era muy diestro con la verdad. El era mas pequeño que ella. Sin embargo, comenzaba a mostrar una interesante destreza en la cría de las zebras sin rayas. A veces, ella misma se quedaba atontada viéndole trabajar.
Las zebras sin rayas no eran fáciles de conseguir y mucho menos de criar. La diferencia principal entre las zebras con rayas y las zebras sin rayas, no eran las rayas. La diferencia principal era su mirada. Si no, con tener un caballo blanco, cualquiera habría podido dar gato por liebre o, en este caso, caballo por zebra. La mirada de una zebra sin rayas era especial y Aiko sabía verlo. Para obtener una buena zebra sin rayas, bastaba con tomar una zebra al uso, y asustarla de un  modo tal, que el propio susto hiciera caer las rayas. En el proceso de temer, la zebra iba adquiriendo un brillo especial en la mirada, que la hacía única y verdadera; como todas las demás. Aiko era especialmente buena en su tarea como asustadora. Se dice, que alguna zebra perdió todas sus rayas tan sólo con que ella le clavara su mirada. Era muy creativa y le gustaba experimentar. Probaba todo tipo de sustos. A veces con petardos, otras sólo con palabras. A veces con música, otras sólo con silencios.
Pero una mañana, en la que al oir el despertador se reconoció especialmente perezosa, se dirigió al baño para darse una ducha, y paró ante el grifo. Apenas acertó a abrir el agua fría con una mano, mientras con la otra trataba de estirarse los ojos, como queriendo obligarles a trabajar antes de lo posible. Todos sabemos, que los ojos despiertan siempre después. Puso sus pequeñas manos en cuenco bajo el frío y tímido chorro de agua, y se las llevó a la cara. Trató de abrir grandes los ojos, pero aún no estaban listos. Tras un nuevo cuenco y un sonoro bostezo, pudo al fin verse en el espejo. Su mirada brillaba de una manera especial. No puede ser, se dijo, no...yo  no. Y volvió a mirarse en el espejo. 
Reconoció aquel brillo. Reconoció aquel temor. Reconoció las consecuencias del impacto. Supo que estaba asustada y bajó corriendo a donde su abuelo.¡Abuelo!, gritó desesperada, no sé qué me pasa en la mirada pero parece que tenga temor. Tranquila hija, le dijo sereno su abuelo, será que te empieza a asomar el valor. 











Dedicado a todos los valientes que se asutan y a todos los asustados que se atreven
zebra

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