sábado, 9 de febrero de 2019

AVATARES

Y asoman feroces los colmillos, siempre escondidos tras la estela de un avatar. Que opinar cara a cara es la fuerza que poca gente consigue alcanzar. Insultar. Desprestigiar. Opinar. Silenciar. Cuando las redes sociales sirven sólo para poder demostrar que opinamos distinto y no lo sabemos tolerar. Hambrientos de conflicto, carentes de escuchar. Llenando de paja los ojos de los otros mientras se desborda de vigas cada discurso que virtualmente alcanzamos a dar. No importa la noticia. No importa la circunstancia. Ni siquiera importa el opinar. Lo importante es atacar sin ser reconocido. Como anhelando el poder de ser escuchado. Como maltratando las relaciones sociales sólo por hundimiento de la autoestima del descerebrado. Que aprovecha la careta del avatar. Que disfruta de la ranura de quien le viene anónimamente a apoyar. Y poco importa que el discurso esté descuartizado. Seccionado. Enturbiado. Manipulado. Lo que importa es atacar. Con reproches disfuncionales. Con letras llenas de rabia a raudales. ¿Fomentan la unión las redes? ¿Fomentan la separación? Quizás seamos nosotros, no pudiendo manejar la posibilidad de comunicación. Hablarse claro sin faltar. Opinar diferente sin ahorcar. Mientras miles de pequeñas hogueras incendian dañinamente publicaciones pues a día de hoy más fácil que quemar un libro lo es twittear. Y quedarse tan pancho con el bofetón virtual y desinformado dado. Que hasta el más hiriente y loco tiene hoy a su sancho al lado. Legitimando el verborrear. Apoyando la necedad. Quizás mejor reflexionar. Informarnos y después opinar. Resolver la rabia no resuelta y dejar de revolver  la labia no revuelta. Y todo por un avatar. Al que le asoman feroces los colmillos por no pararse a pensar.

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