Noventa y nueves veces tuve el impulso
de matar a las noventa personas que me habían herido en mi corta
vida. Ochenta pensamientos se acercaron a intentar silenciar lo que
setenta emociones gritaban con fuerza. Pero ni sesenta soldados a
caballo ni cincuenta agentes secretos habrían conseguido parar lo
que cuarenta sinapsis asesinas buscaban aliviar en los siguientes
treinta segundos de aquel soleado día. Y es que veinte eran los años
que yo tenía, cuando con la fuerza de diez bueyes, tomé aquél
puñal forjado en venganza y en un segundo, te lo clavé.
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