lunes, 8 de diciembre de 2014

LICAS

Sentía tanto amor siempre, que le resultaba imposible ser infeliz. Sonreía sin control, hablaba sin miedo aun sintiéndolo y poca gente le entendía. Tenía seis años y mucha vida por detrás. Se llamaba Licas y odiaba la mitología griega. Amaba todo. Amaba tanto, que amaba hasta lo que odiaba. A veces, él mismo se daba cuenta de que aquello no era común. Solía ver cómo la gente ponía caras extrañas cuando le oían hablar. Solía percibir, que sus palabras resultaban otro idioma. A veces, sólo a veces. Sus padres se habían acostumbrado a oirle hablar de amor y de la falta de este, del miedo y de la necesidad de este. Sus padres se habían acostumbrado, y ya no le oian. A fin de cuentas, tan sólo era un niño y qué podía saber él.
Licas se dirigió  a la fuente central de la plaza de los tulipanes. Estaba preciosa en aquella época del año. Era una fuente atípica y poca gente sabía que uno podía asomarse a sus aguas y ver el color de su ánimo. El de Licas, siempre era morado y a él le gustaba. Se sentía bien, se sabía bien. Era bien. 
Solía jugar con sus amigos en aquella plaza y de vez en cuando, le gustaba sentarse en el borde de la fuente  y balancear sus cortas piernas mientras observaba al resto de niños corretear, jugar, pelearse y sonreir. Le gustaba porque lo entendía todo mejor, como un gran puzzle que desde la distancia dibuja una perfecta imagen a la que no le faltan piezas. Sabía que desde cerca, la emoción dolida y asustada impedía la visión. ¡Qué importantes las piezas! , se decía, y volvía a jugar.
Un soleado día de invierno se acercó a la fuente. Una fina capa de hielo cubría la superficie de su agua. Aún así, pudo ver con claridad su color, morado. Y en esta ocasión, también pudo ver el de su padre. Era rojo y le extrañó. Le miró a los ojos mientras su boca se esforzaba por pronunciar y su ceño se fruncía. ¿Qué te ocurre padre? ¿Estás bien?,  alcanzó  a decir. Sí hijo, sólo un poco cansado,  no te preocupes, le respondió como de manera automática. Pero es que ya estoy preocupado, continuó Licas, ¿no podrías explicarme lo que ya percibo? dejarme a solas con la fantasía sería mil veces peor y me asustaría más, dijo mientras le agarraba la mano. La fantasía inundaría tu percepción, le respondió su padre, pero sólo si no te dieras cuenta de por qué podrías llegar a ahogarte. Flotar. Flotar es crucial. Ahora ve y juega como un niño. Lo que juegues hoy, será importante.
Sentía tanto amor siempre, que le resultaba imposible ser infeliz. Sonreía sin control, hablaba sin miedo aun sintiéndolo y poca gente le entendía.  Se llamaba Licas, y era un niño, un niño importante.


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