jueves, 18 de febrero de 2016

CUENTOS MÍNIMOS IV

- Entró en calor poco a poco. Ligeramente se fue enfadando. Intensamente sintió no aguantar más y explotó blanca e irregular. Un instante después estaba viendo una película mientras aquellos tortolitos le usaban de excusa para besarse por primera vez

- Y en cuanto se le secaron los ojos por completo comprendió que empezar por fin a llorar era la mejor opción

- Era una casa pequeña en un bajo, con barrotes en las ventanas y comida a sus patas. Aquel canario, no tenía más opciones

- Sacó el arma de su bolsillo. Metió las balas una a una. Cerró el tambor y lo hizo girar mientras con la mirada perdida apuntaba hacia el techo de su paladar. Disparó y el telón bajó. Era un excelente actor

- Año nuevo, vida nueva- le dijo convencido el 31 de diciembre al 1 de enero mientras éste se reía

- Confundido, insistió en que él no sabía nada por viejo si no que lo sabía todo por diablo

- ¡Quien bien te quiere te hará llorar! - dijo el sumiso convencido de que se lo merecía

- ¡Mira, otro que pone cara de creer entenderme! - pensó el incomprendido cuadro abstracto de la galería

- Acercó tímida su nariz e inspiró profundamente. ¡Huelo mal!¡me tenía que haber duchado!, pensó la insegura rosa

- ¡Algo es algo!, dijo un peine al ver el abrigo con borrego del calvo

- Y echó tales llamaradas de su boca, que nadie entendió que lo que aquél dragón quería era tan sólo hablar con alguien

- Tiró con fuerza de ella que, lejos de salir de la roca, parecía agarrarse más. Ella no era una fresca, no se iba con cualquiera. Era una espada muy selectiva.

- Volvió a empujar la puerta indignado y escuchó cómo decían:" habrá sido una corriente de aire". Aquel fantasma ya no sabía qué hacer

- Bajó a galope por la ladera, disfrutando del amanecer que ante él tenía lugar cuando una certera flecha le atravesó el corazón, tiñendo de rojo partes del cielo

- Sopla con fuerza mientras pides un deseo, le dijeron sonrientes. Ella, cerró los ojos y pensó: deseo no necesitar desear nada

- Y saltó tan alto la rana, que nadie se atrevió a recordarle que era tan sólo una culebra

- De la biblioteca, comenzaron a caer lágrimas. Pocos sabían que cada vez que un autor moría, sus libros lo sentían

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