domingo, 14 de febrero de 2016

TE QUIERO

Se sentó ante el ordenador, y trató de escribir un relato que nada tuviera que ver con el amor. No estaba de acuerdo con aquél día. No le gustaba. Se le indigestaba. Cada año intentaba con todas sus fuerzas convertirlo en un día neutro, un día en el que podía importar todo, menos el amor. Un día en el que el eje central fueran otras cosas, como los sueños, o las galletas de naranja que cada semana se caducaban en el armario de los cereales. Cualquier cosa. Cualquier otra cosa. Escribió unas líneas y las volvió a leer pausada y meditabundamente. No había manera. Hasta en el caducado de unas galletas encontraba amor, aunque fuera en forma de falta de él. Escribía y borraba como queriendo eliminar el rastro que cada suspiro de soledad dejaba en sus líneas. Trataba de escribir un relato neutro y todo, mientras medio mundo cenaba acompañado y el otro medio pensaba en no estar haciéndolo. Sabía que no importaba una mierda aquél día. Sabía que el que era amado, podía permitirse el lujo de calificarlo como estupidez pero también sabía, que en el momento que aquél que no era amado hiciera lo mismo, apestaría a temor y desconfianza, aunque de verdad se quisiera. Todo el mundo se muere un poco dentro cuando a pesar de amarse no es amado mientras el mundo lo celebra. Volvío a mirar la pantalla del ordenador. El cursor, parpadeaba y parecía dudar como él. Tintineante, se reía. Seguir adelante o pararse ahí. ¿Sería verdaderamente imposible escribir un relato en el que no apareciera el amor en ningún momento? Pensaba en ello, triste y radiante al mismo tiempo. Mientras, el blanco de la pantalla se iba llenando de letras y palabras sin más sentido ni coordinación que el propio hecho de dudar del amor. Estúpida autosuficiencia, pensó, no me sirves cuando quiero compartirme. Miró su móvil, comprobó que tenía cobertura en aquel local. Nada. Ninguna de sus amantes se arriesgaría a dar señales de vida ese día por temor a ser malinterpretada. Cásate conmigo, parecería que decían. Te quiero, se le escapó en voz alta. Y sonrió. No estaba seguro de poder conseguirlo. Quizás, y sólo quizás, el amor era inseparable del mundo y siempre estaría asomando altiva y fugazmente por alguna esquina de cada uno de sus textos. Quizás, y sólo quizás, la estupidez suprema consistía en haber intentado no escribir sobre el amor ese día. Un relato, aunque fuera corto, aunque fuera fugaz. Un relato, que no conseguiría escapar de la realidad de un público entregado a las costumbres de una cultura que quisiera o no, se veía en la obligación de pensar en el amor, por lo menos una vez al año. Cerró la tapa del ordenador, no quería saber nada de lo que acababa de escribir. Seguro que sería una mierda. Ni siquiera se atrevió a guardar el documento que había creado. Tenía miedo. Miedo de que hubiese sido verdad. Te quiero, se le volvío a escapar, solo que esta vez, no sonrió.


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