miércoles, 17 de febrero de 2016

UNA VISITA INESPERADA

¡Regálame otra sonrisa bonita!, le dijo la dentista mientras sonreía, de medio lado, con una de esas sonrisas que cualquier paciente, cegado por el temor, interpretaría como maliciosa. Siempre había tenido mucho miedo a los dentistas. Las pocas veces que de pequeño había tenido que acudir al mismo habían sido una verdadera pesadilla. Aunque quizás no habían sido visitas tan dramáticas, pero con el altavoz de los temores de un niño asustadizo, todo resultaba inevitablemente terrible en su recuerdo. Le picaba la nariz. Odiaba que le ocurriera eso mientras estaba echado en aquella butaca verde, de largos brazos y metálicas turbinas. No sabía qué hacer. Sentía cómo poco a poco el picor iba creciendo y apoderándose de su diminuta nariz. Le parecía mentira que un estornudo tan grande cupiera holgadamente en una nariz tan pequeña. Odiaba ese picor. Duraba demasiado y nunca sabía cuándo avisar a la dentista para que se apartara a tiempo. Cada parte de su cuerpo se ponía en tensión. Cerraba los puños con fuerza, como queriendo contener las ganas de gritar. Tragaba saliva con torpeza, como queriendo no molestar con su lengua el meticuloso trabajo que se estaba realizando. Abría grandes los ojos como intentando que la dentista leyera en ellos un sincero "siento si no te estoy dejando hacer bien tu trabajo", pero generalmente ella, tarareaba distraída las canciones que sonaban en la radio. Sin embargo, aquella visita estaba resultando algo diferente. De alguna manera, sentía menos picor, aunque quizás fuera sencillamente que sentía menos miedo. En realidad, ahora que lo pensaba más pausadamente, nunca había sentido dolor allí. No tenía sentido temer ese lugar. Era sólo un lugar en el que había decidido permitirse, en cierto modo, dejar de lado el autocontrol y dar rienda suelta a fantasmas que, bucólicos, asomaban a la ventana de aquellos momentos. Se sorprendió pensando que quizás, ir al dentista no tenía por qué ser una pesadilla. Nada malo o temible ocurría en realidad, y si lo hacía, siempre era bajo anestesia y con un mimo excepcional. Nada que temer, se dijo mientras sentía que el picor desaparecía por completo. Abrió los ojos, como queriendo revelar de un solo vistazo de pupila su nueva condición a la dentista. ¡Míreme, soy un paciente sin miedo! parecía que gritaba. ¿le hago daño?¿está bien? preguntó ella. ¡Si!¡Ya nunca más sufriré! gritó enérgico en su interior mientras su pulgar se elevaba tímido en señal de aprobación y su garganta emitía estúpidos sonidos guturales que ella, con infinito mimo, aceptó como respuesta.


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